martes, 11 de agosto de 2009

DEL AMOR HONROSO -cuento

Había una vez una mujer que conoció a un hombre interesante.
A él también le pasó lo mismo.
Naturalmente, se enamoraron y juraron ante la vida; que para ambos era lo más sagrado, que jamás iban a lastimarse. Que por el contrario, iban a cuidarse, a quererse en esa amplitud generosa de la palabra.
Así fue que un día partieron a la soledad total del monte y allá, sin más testigos que la quietud y el silencio, hicieron votos de amor eterno: Vilma y Aurelio.
Todo marchaba a la perfección.
Si alguien los veía, podía sentir admiración, o envidia en caso de los enfermos de corazón y mente.
Pasaban los años y ellos regaban la planta del amor incansablemente. Cotidianamente rezaban juntos y juntos, a dos voces, renovaban el compromiso aquel que los uniera en amor perpetuo.
Una vez, Vilma tenía cierta cara de preocupación. Aurelio se sintió preocupado y un poco molesto.
- Sabes dulce amada mía que puedes compartirlo todo conmigo, además, es un deber.
-Si mi vida, mi cielo, no te ofendas dulce dueño de mi vida. Sé que debo decírtelo y lo haré, sólo que no sé cómo empezar. ¡Ay, Dios mío!
Aurelio la miraba con piedad y con intriga.
Al fin, Vilma encontró la punta del ovillo.
- Recuerdas que me dijiste que siempre te había interesado la humanidad, que tu amor se derramaba a favor de la gente y que podrías dar la vida si era necesario para salvar a alguien?
- Sí mi vida, mi dulzura, mi tormenta de ternura, relámpago que encandila mis ojos, qué me le está pasando? Dígame, cuénteme, hágame partícipe de su preocupación.
- Bien, así me gusta escucharte amado mío. Sé del hombre que tengo a mi lado, me enorgullezco de pertenecerte; luz de mi existencia. Pasaré a contarte. Resulta ser que hace unos diez años atrás, un hombre y una mujer se casaron. El casamiento vino después de una tormenta de amor; breve pero terrible. Ambos sentían que no podían estar ni un minuto más separados.
Se casaron; pero en la noche de bodas, la mujer enfermó y en seguida murió.
-Vilma, a esta altura estaba llorando y no podía seguir su alocución. Aurelio también lloraba y sentía que el corazón se le estrujaba de tristeza y dolor por la mala suerte de este pobre hombre. De qué manera se lo podría ayudar, se preguntaba.
Al fin ella pudo retomar la palabra entre sollozos.
-Me contó que durante estos diez años estuvo como un loco y que no quería ver a nadie; pero que ayer salió a dar un paseo y que le pareció escuchar su voz que le decía que reinicie su vida, que busque con quién hacer ese viaje de luna de miel que había quedado trunco, que debía haber un dios del amor que se apiade de gente como él. Que rece, que pida, que implore. Dice que lo hizo y que cuando me vio, sintió en su corazón que a ese viaje debía hacerlo conmigo.
Y otra vez el llanto cerró su garganta y anuló su palabra. Esta vez el llanto era de alto vuelo y la desesperación era tal, que Aurelio, por un momento sintió miedo de que muera de pena, de angustia.
Secó sus lágrimas y la miró a sus ojos. Le hizo saber que estaba orgulloso de ella, que ninguna mujer se enternece con esa realidad ajena. Que debía hacer aquel viaje y servir a este pobre hombre, que de esa manera estaría sembrando el bien, el amor más puro por el prójimo. Pero que antes debía pasar por el banco y retirar los ahorros que tenían; que seguramente este pobre hermano estaría sin efectivo.
- Cuantos meses crees que puedes estar ausente, dulce fruto de mis labios?
- No muchos, mi dulce cielo, supongo que tres o cuatro solamente.
- Yo prefiero cuatro, así me das tiempo a construirte un monumento.
- ¿ Un monumento, mi frutilla con crema?
- Sí, un monumento al amor, pero a ese amor majestuoso, a ese amor celestial, al amor más puro que nunca jamás nadie podrá sentir por otro ser. La humanidad debe tener recuerdo de este gesto máximo del amor.
Vilma partió sin más pérdida de tiempo. Aurelio comenzó de inmediato con la obra.
Terminó la obra antes del tiempo previsto. Se quedó a la espera de su regreso.
Mientras tanto pensaba “ cómo es la vida, poner ante mis pies a una mujer tan pura, tan especial, tan espiritual. En lugar de apelar a los cuernos, como lo haría cualquier mujer vulgar, ella hace de esta circunstancia, un himno al amor.”
Pasaban lentos los días; pero ya faltaba poco, casi nada, digamos que ya estaba.
Según su cálculo, al día siguiente estaría por casa.
Efectivamente. Al medio día, llegó un auto. Vilma y un señor al volante, esperaban por Aurelio. Este se arrimó, cargando en su rostro el orgullo por ella, y por su obra, que desde el camino se la veía perfectamente.

-Aurelio, hazme el favor de alcanzarme el resto de mis cosas, su finada esposa le pidió al señor que me haga quedar para siempre.

Lucho Ponce -Metán, Salta, Argentina

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