martes, 11 de agosto de 2009

LA VIDA -- cuento--

No pude entender para qué seguía el “Koquito” en el ruedo, que le era tan, pero tan dispar.

Hoy no pudo contemplar, con aquel asombro encantador, ese rayo recién nacido que se filtra por la galería de la abuela, para jugar con él. ¡No; qué rayo ni qué rayo, si se fue de juerga ayer a las cinco de la tarde! A pesar de los consejos de la abuela, lo mismo se fue.

Son las diez de la mañana y no regresa. La pobre abuela suspira que suspira y nada.

Claro; ella está en otra dimensión. En cambio él, tiene la flor de la edad castigándole la frente. Sus aspiraciones son otras

Además; y digámoslo de una vez, tanto jolgorio ahí al lado, él sabía por dónde pasar para llegar de inmediato y tomó la decisión final.

¡Claro que sabía del peligro! Siempre lo supo. De eso todos estábamos seguros“Koquito” siempre ha dado muestras de ser muy listo . Pero también sabemos que en cuestiones del amor, todos somos tontos.

El amor y la muerte; nos igualan.

Se hace necesario aclarar que su diminuto tamaño lo ponía en total desventaja. Tal vez llegaba a los treinta cms. y no sé si pesaba un par de kilogramos. Pero anhelaba estar en ese ruedo.

¡Cuánto quería participar de la fiesta del amor! Nunca nadie, a pesar de expresarle un gran cariño, nunca habían tenido en cuenta la posibilidad de traerle una compañera. Alguien con quien jugar, compartir, soñar, y claro, ¡Hacer el amor!

En esta noche transcurrió su vida. Qué síntesis perfecta.

Qué paralelo entre su vida y la mía. Yo también estuve mucho tiempo contemplando el jolgorio en que otros participaban, hasta que harto de ser espectador, entré a la cancha a jugar y me crucé con esa perra puta que es la vida; siempre en celo, siempre tan dispuesta al amor pero con sus cartas marcadas y en el terreno suyo.

Pobre de mí, siempre en desventaja. “Koquito” yo también, peleando contra todos, sabiendo de memoria que el final es la derrota.

De qué manera contemplaba al pequeño “Koquito”; mirándome a mí mismo. Cómo los otros le clavaban la dentadura de la superioridad. Cómo la vida me revolcaba entre los yuyos de la desesperación. Cómo actuaba en su indiferencia. Cómo la suerte, otra perra puta, siempre estaba lamiendo el placer de otros perros.

Pobre “Koquito”, después de soportar la tormenta de tarascones, se conformaba, si podía encontrar una pequeña luz, con un beso en la apertura de la vida. Un pequeño lengüetazo que le daba un enorme placer; aunque le cobrara un precio demasiado caro.

Él estaba dispuesto a dar todo por sus convicciones. Yo también.
Soñaba con que en algún rincón estaba su perra esperando por él y yo igual.
No podía admitir que todo se reducía a ese ruedo de peleas donde el más poderoso triunfa y obtiene lo que todos anhelan. Yo pensaba como el “Koquito”.

-¿ Qué carajo pasa en esta vida que la perra nuestra siempre se esconde?
Me lo preguntó un día “Koquito” con su mirada de miel amarga.

Nada pude contestarle por que a mí también me embargó la tristeza, una lluvia gris nubló mis ojos.
Lo tomé al “Koquito” entre mis brazos para sentirlo menos al dolor.
Ahí nos quedamos dormidos, soñando con los posibles, los anhelos, las ilusiones, las esperanzas, los sueños, los sueños, los sueños...
Lucho Ponce - Metán, SAlta, Argentina -julio 2.005

No hay comentarios:

Publicar un comentario